miércoles, 26 de octubre de 2016

¿Qué pasa ahora con las cenizas?

Extraido de Religión en Libertad (http://www.religionenlibertad.com)
 Se ha generado un cierto debate social, con personas que aunque dicen ser cristianas proclaman: “con mi cenizas -o las de mi difunto- hago lo que quiero, son mías”.

Pero la postura católica es clara: las cenizas del fallecido no son “un objeto”, igual que un cadáver no es “un objeto”, y mucho menos es una propiedad. Ni siquiera basta con decir que son “un recuerdo”, como sí lo sería una foto o un objeto cargado de memorias del pasado. Son mucho más.



ReL habla de ello con Fermín Labarga, director de departamento de Teología Histórica de la Universidad de Navarra y experto en religiosidad popular, iconografía y cofradías.

“Hay gente que habla del difunto como si fuera un objeto, que parece que diga ‘el difunto es mío’. Pero, no: el difunto cristiano es de Dios y de la comunidad cristiana, y no es un objeto ni es una posesión, ni tampoco es un mero recuerdo”, explica Labarga.

Con un cadáver no es fácil hacer lo que quieras. Y tampoco te lo permiten. La realidad es que las autoridades y la sociedad no te dejan hacer cualquier cosa con los cadáveres de tus seres queridos”.

Al quemar el cadáver, el cuerpo en cenizas se hace más manejable, pero aún así surgen normas civiles. En España hay normativas que impiden tirar cenizas de difuntos en muchos lugares.

El individualismo… y aferrarse al difunto
El duelo no ha sido nunca un tema individual, sino social. En los pueblos, en las familias grandes, se ha vivido siempre comunalmente el proceso de despedirse del difunto, de aceptar su partida.

Pero una sociedad individualista que esconde la muerte y el duelo puede generar efectos psicológicos perjudiciales en la persona en proceso de duelo.

No dejar marchar al difunto es un problema psicológico. Todos conocemos esas señoras que acuden a la tumba de su marido, que quieren dormir allí, sobre ella… y la autoridad se lo impide, y se les da tratamiento psicológico. Pasa más en muertes traumáticas, por accidentes, por ejemplo”.

¿Y si esa relación enfermiza pasa ahora en casa, donde quiere guardar la urna con cenizas, donde quizá nadie la vea ni le atienda? Es otra combinación de soledad y cultura individualista.

Los primeros cristianos… y las hermandades hoy
Cuando uno visita lugares como la cripta de Santa Eulalia en Mérida, contempla que las tumbas de los primeros cristianos hispanos, los del siglo IV y V, se apiñaban intentando estar cerca del sepulcro de la joven mártir.

“Jesús fue enterrado, los mártires fueron enterrados… la tradición cristiana es imitar a Jesús”. Ser enterrados como Él, para resucitar después como Él.

Pero hoy, por razones prácticas y económicas, el enterramiento puede ser difícil. Sin embargo, una solución a la vez práctica y hermosa se ve, por ejemplo, en algunas cofradías y hermandades, sobre todo en Andalucía.

“En Andalucía muchas Hermandades hacen columbarios preciosos para sus hermanos, en la cripta de su iglesia. Los que compartieron su fe como hermanos en vida, comparten después el reposo en la iglesia, unidos tras la muerte. Creo que es una magnífica solución”, propone Labarga. Hay cremación, pero la urna se guarda en un lugar sagrado, de oración, y lleno de significación. Hay comunidad y cercanía sacra entre vivos y muertos.


  El sacerdote Fermín Labarga en un encuentro de cofradías y hermandades en Córdoba; muchas hermandades, con columbarios para urnas, ofrecen alternativas que entroncan bien con la comunidad de fe y el reposo en suelo sagrado

No es lo mismo cuando un equipo de fútbol presenta sus propios columbarios… en los que probablemente no habrá oración por los difuntos.

Un cementerio, o un columbario, con nichos con muchos difuntos, tienen otra ventaja: ayudan a rezar. Uno visita la tumba de su difunto, ve las de otros y reza no sólo por el suyo, sino por los demás. El cementerio, explica Labarga, “ayuda a hacerte ver que naces y mueres en una comunidad”.

Cuando sólo se incineraban masones y ateos
La norma eclesial que prohíbe las exequias a quien, según el texto, “hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana”, es de toda la vida.


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